La mujer, en la sociedad africana, es la columna vertebral de la familia y el motor de desarrollo; y a pesar de tener todas las obligaciones familiares, no se le reconocen los mismos derechos que al hombre. Como ejemplo de ello, la mujer burkinabé sigue estando excluida de los procesos de decisión en el ámbito familiar, y tiene una escasísima participación a nivel local o nacional.

En Rimkieta, un barrio de la capital de Burkina Faso (país que ostenta el puesto 184/191 en el índice de Desarrollo Humano de Naciones Unidas y cuya economía se sustenta en la agricultura y ganadería) las condiciones de vida son muy precarias. Hay un escaso acceso a infraestructuras básicas de sanidad, educación y saneamiento, lo que hace que las mujeres sobrevivan al día a día y enfrenten terribles dificultades para sacar adelante a sus familias: desde encontrar un trabajo digno con el que alimentar a la prole y atender a sus necesidades más vitales de salud, higiene y educación; hasta tener acceso a algo tan imprescindible como es el agua y a cualquier fuente de calor para cocinar o tener luz.

En este contexto, FAR propone el desarrollo de huertos comunitarios como una herramienta para potenciar y promover un trabajo digno para la mujer con el que generar crecimiento económico, que contribuirá a la reducción de las desigualdades y a la garantía de ciertos derechos. Las beneficiarias directas del huerto serán las mujeres que se encargarán de la siembra, el riego, la recolecta, la producción y la comercialización y venta; y a través del cual obtendrán una ayuda económica para la pesada carga familiar que soportan, beneficiándose por ende toda la unidad familiar.

Se estima que podrán ser empleadas 35 mujeres, aunque el número variará en función del tamaño del terreno que concedan a la Fundación a tal efecto (cuyas gestiones están en marcha). Considerando una media de 8 personas por familia, el huerto tendrá impacto directo en unas 280 personas.

Facilitando un trabajo digno a la mujer se generarán diversos impactos a largo plazo. En primer lugar, a mayores ingresos, mejores condiciones y calidad de vida de la mujer, y de todo el núcleo familiar; lo que repercute en una disminución de la desigualdad social. Por otro lado, cuando las mujeres tienen más autonomía y están empoderadas, aumenta su participación social en todos los sectores.