Llevaba toda la vida haciendo lo que se esperaba de mí: hija responsable, delegada de la clase, matrícula de honor en el colegio, graduada de E-2 en ICADE, famosa por compartir mis apuntes con todos mis compañeros… Pasé unos años en Londres trabajando en banca de inversión, volví con el CFA aprobado y empecé a trabajar en banca privada tradicional. Hasta ahí “todo fenomenal”: había conseguido con creces todos los objetivos que me había propuesto y, aun y todo, sabía que me faltaba algo enorme: llegar a casa al final del día con una sonrisa, sintiéndome plena y realizada. Me devoré en dos días el revelador libro Ikigai: Los secretos de Japón para una vida larga y feliz. El ikigai es un concepto japonés que podría definirse como “lo que hace que la vida merezca la pena ser vivida, tu razón de ser, el motivo que hace que te levantes cada mañana, tu propósito…”.
En el centro del anterior diagrama, donde se unen todos los círculos, justo ahí es donde puedes encontrarlo: allí está tu ikigai. Aquello que consiga aunar tu pasión, tu vocación, tu profesión y tu misión en la vida. Detecté perfectamente lo que faltaba en mi diagrama:
Me encontraba claramente en la “zona verde” del diagrama: satisfacción, pero sentimiento de inutilidad; confortable, pero sensación de vacío.
Y entonces…nos confinaron en casa (y muchos más libros pude leer). A punto de ser ascendida a Asociada, tras 4 años de experiencia, decidí que no quería recuperar mi rutina, que no me gustaba mi día a día pre-covid y que para mí el confinamiento había sido un verdadero regalo. Tomé una decisión y dos años después me reafirmo en que fue la mejor que podía tomar: dejar de hacer lo que mi alrededor esperaba de mí para empezar a hacer lo que a mí me hace bien. Y así fue, gracias a la parada en seco que nos impusieron con el confinamiento, detuvimos esa inercia acelerada que primaba en la vida de la mayoría de nosotros. Pude pararme a reflexionar y salir de la rueda que me atrapaba, desprendiéndome de todo lo que no me hacía bien.
Dejé el trabajo sin tener otro y me puse a buscar a qué podía dedicarme que incluyese la “zona naranja” del diagrama y me acercase a mi ikigai. Y entonces se cruzó en mi camino la inversión de impacto. De la mano de María Ángeles León, me topé con Global Social Impact Investments, la gestora de inversión de impacto que ha resultado ser el mejor equilibrio profesional para mí:
Quiero destacar una de las cosas que he comprobado al haber pasado de inversión tradicional a inversión de impacto: la calidad humana y la predisposición de mis compañeros. Empleando el “hands-on” e implicándose proactivamente en los procesos con sus propias manos, para lograr cambios reales en la sociedad. El ecosistema de impacto es una familia, cada vez más numerosa, de personas inquietas y luchadoras que no nos conformamos con la realidad actual y que queremos dedicar nuestro día a día a transformar el mundo en un lugar más equilibrado. Y esto lo hacemos redirigiendo parte del excedente de capital de occidente hacia empresas sociales que promuevan vidas más dignas en países en vías de desarrollo.
Así como en banca privada me daba la sensación de estar todos “cortados por la misma tijera”, en el ecosistema de impacto convivo con una variedad muy amplia de perfiles, de diferentes contextos, con gran diversidad formativa y puntos de vista muy diferentes que me complementan y enriquecen. Vengo de un sector con una inercia acelerada que exige mirar exclusivamente hacia delante, como los caballos cuando les tapan su campo de visión lateral para que no se asusten, para sobrevivir. En el sector del impacto nos enseñan a parar, a mirar a nuestro alrededor de manera más empática, y a aplicar una visión 360º para cambiar lo aparentemente incambiable. Y, aunque a veces asusta mirar hacia ambos lados y salir de nuestra rueda o zona de confort, la sensación de dejar una huella positiva tras nuestro paso hace que el camino sea infinitamente más gratificante e ilusionante.
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