Imagino que pasará en muchas fundaciones, que entre tantas necesidades y tantos proyectos importantes y bonitos en los que poder ayudar a los demás, a veces resulta difícil decidir hacia qué iniciativas dirigir los fondos disponibles.

Siendo muy pequeña, en el colegio, las monjas nos enseñaban películas en las que se veían los países en los que tenían sus misiones. Recuerdo llegar a casa conmovida hasta la lágrima al ver tanta pobreza y perseguir a mi madre días y días, “mamá hay que donar, mamá hay que donar”. Y así, en cuanto empecé a cobrar mis primeros sueldos, me propuse ayudar aquí y allá, donando una parte de lo que ganaba a proyectos que iba conociendo en la parroquia o a través de algún sacerdote o monja que conocía. 

Como he contado ya muchas veces, cuando nos casamos, mi marido y yo decidimos seguir con esta vocación filantrópica y dedicar un porcentaje de nuestros ingresos a ayudar a financiar proyectos en países en desarrollo. Nuestras visiones eran a veces un poco distintas, la mía quizás más práctica y más desde de la emoción, y la suya más racional y macroeconómica, o como se conoce ahora, una visión más de cambio sistémico. 

Entramos realmente en contacto con África de la mano de la organización África Directo de nuestro queridísimo José María Márquez, su fundador. Él fue el primero que nos enseñó cómo una ambulancia, una escuela, un centro de maternidad o un dispensario de nutrición infantil pueden cambiar muchas vidas y dar esperanza a muchas personas. Año tras año, iba explicándonos dónde iban nuestros fondos y así, poco a poco, íbamos acercándonos y queriendo cada vez más al continente africano.

Así conocimos Malaui, Uganda, Kenia, Tanzania, Etiopía, Sudán del Sur…muchos países que José María nos hacía ver a través de sus ojos, de sus proyectos y de sus beneficiarios. Hace unos años, por ejemplo, vino a casa Kofy, el médico que llevaba uno de los hospitales que apoyamos en Malawi. ¡Qué acontecimiento! ¡Con qué naturalidad y sencillez hablaba de soluciones para situaciones imposibles! ¡Qué lujo y qué maravilla sentir que con nuestro apoyo se pudieran hacer cosas tan buenas!

Por aquel entonces hicimos nuestro primer viaje a África y así es como conocimos más de cerca Kenia y Tanzania. A la vuelta, vimos tres veces seguidas la película 'Memorias de África'. Como Meryl Streep y Robert Redford, nos habíamos enamorado perdidamente de aquellos países y de sus gentes. 

Más adelante, cuando empezábamos a cambiar nuestro modelo filantrópico, quisimos concentrar nuestros esfuerzos en una sola geografía. Arianne, mi compañera en aquella época en la fundación, hizo entonces sus primeros viajes para visitar proyectos a los que apoyar desde el punto de vista de la 'Venture Philanthropy'. Gracias a aquellas incursiones, nos dimos cuenta de que, aunque parecía que en Asia había un espíritu emprendedor grande y unas posibilidades de crecimiento económico mayores, el continente africano escondía un sinfín de retos y oportunidades.

Parecía que allí vivía de verdad el billón de personas más pobre del planeta. Como dice mi compañero de trabajo Arturo, “en todos los ratios de crecimiento económico, África gana siempre por la cola”. Son los países con más desempleo, con los salarios más bajos y con los menores productos interiores brutos. El continente nos había seducido y estábamos convencidos de que en aquellos países africanos que enfrentaban tantísimos retos también se escondían muchas posibilidades.

Desde entonces, estamos centrados en escuchar, conocer, sacar a la luz y apoyar proyectos y empresas sociales que abren puertas y contribuyen a mejorar los medios de vida de personas vulnerables en el continente africano.