Pilar Cristobal, colaboradora de SpainNAB, analiza la situación de Iberoamérica ante el reto del coronavirus y propone vías de colaboración entre España y América Latina para desarrollar de manera más eficiente soluciones escalables a desafíos compartidos.
A pesar de ser una de las regiones del planeta más golpeada por la pandemia, muchos de los países de América Latina y el Caribe no tienen acceso a las iniciativas internacionales para mitigar los efectos de COVID. Esto no es algo nuevo. Dado que casi el 90% de los países que la integran pertenece a la categoría de renta media, Latinoamérica enfrenta restricciones a la hora de acceder a los fondos de asistencia oficial para el desarrollo. El utilizar variables como el ingreso per cápita para establecer criterios de clasificación y asignación de capital opaca, no solo entre países, sino que también intra país, la diversidad existente en términos de situación económica, social y de condiciones estructurales necesarias para el desarrollo. En efecto, según el último informe sobre desarrollo humano de PNUD, América Latina es la región más desigual del mundo, con el 10% más rico concentrando un 37% de la renta y el 40% más pobre un 13%, brecha que supera incluso a la de África Subsahariana. Según un estudio reciente que evaluó las diferencias en esperanza de vida en 6 grandes ciudades de Latinoamérica, una mujer nacida en un barrio rico de Santiago de Chile podría vivir en promedio hasta 18 años más que una mujer nacida en un barrio pobre.
En el marco de la Cooperación Iberoamericana, España ha impulsado recientemente una coalición de países latinoamericanos, organismos regionales de desarrollo (Banco Mundial, BID, CAF, BCIE, CEPAL y SEGIB) e instituciones financieras internacionales (FMI), para que, mediante la articulación de financiamiento y asistencia técnica, Latinoamérica pueda enfrentar las consecuencias de la crisis. Los participantes han suscrito una Declaración en la que dan cuenta de la necesidad de “una respuesta aún más contundente, coordinada y adaptada a las necesidades de los países” y hacen un llamamiento para que las Instituciones Financieras Internacionales “consideren medidas adicionales de apoyo para ayudar a los países de América Latina y el Caribe, independientemente de su clasificación por nivel de renta, y con especial énfasis en los más vulnerables”. Algunos ejemplos de los mecanismos propuestos incluyen garantías para la financiación mixta de inversiones sostenibles, préstamos blandos para apoyo al empleo y sostén de las micro, pequeñas y medianas empresas, así como asistencia técnica para fortalecer los sistemas de protección social y reforzar la capacidad de gestión de las políticas sociales. En este contexto, la XXVII Cumbre Iberoamericana, se va a realizar durante el primer semestre de 2021, tendrá como lema “Innovación para el desarrollo sostenible – Objetivo 2030. Iberoamérica ante el reto del coronavirus”.
Más allá de lo acordado en el marco de la cooperación internacional, sería interesante explorar posibles ángulos de colaboración entre el Movimiento de Impacto de España y Latinoamérica para desarrollar de manera más eficiente (tanto en términos de tiempo como de recursos) soluciones escalables a desafíos ya sea conjuntos o compartidos. Según la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR), durante 2019, España “dobló su registro histórico de solicitantes de protección internacional, al tiempo que se redujo enormemente la tasa de reconocimiento”. Esta situación se ha agravado con COVID. El 80% de las solicitudes presentadas corresponden a personas de América Latina, que optan por España como primer destino dado el idioma y los estrechos lazos históricos y culturales entre sus países.
Como otro ejemplo, tanto España como Argentina se encuentran entre los países con mayor riesgo de desertificación, con 75% a 80% de sus superficies expuestas a este fenómeno, lo que generará graves consecuencias en términos de pérdida de biodiversidad, acceso a agua y seguridad alimentaria. Tenemos mucho más en común que la lengua y nuestro pasado. Crear lazos a nivel del capital privado de impacto alentando, por ejemplo, la coinversión permitiría generar aprendizajes conjuntos, acelerando así los procesos de identificación y diseño de soluciones más efectivas y replicables a ambos lados del Atlántico. Asimismo, podría desarrollarse alguna plataforma o programa de incubación que conecte emprendedores sociales de España con emprendedores de países latinoamericanos interesados en co-crear proyectos a ser lanzados en ambos mercados. Podríamos inspirarnos en los mecanismos de colaboración científica como los aplicados hoy en día en la carrera para encontrar la vacuna contra COVID.
La interconectividad ha quedado de manifiesto de una manera brutal. Así como el virus no conoce de fronteras ni reconoce soberanías nacionales, ocurre lo mismo con el cambio climático y la desigualdad e injusticia social. Estas también son pandemias y vienen azotando al mundo desde mucho antes que COVID. Los incendios en Australia y en el Amazonas o las protestas en Santiago de Chile y sus muertos, de los que ya nadie parece hablar, nos afectan a todos, independientemente del ingreso per cápita de nuestro país (o el propio). El resolver desafíos globales tan profundos, interconectados y urgentes requiere de una lógica sistémica. Sin colaboración, el camino (o, mejor dicho, la carrera) hacia el desarrollo sostenible no es posible.
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